SANTO DOMINGO.- La sociedad no sale del asombro ante las espeluznantes revelaciones sobre la forma en que murió David de los Santos tras una brutal golpiza, supuestamente, a manos de presos y ante la mirada de al menos cuatro policías del cuartel de Naco.
Una mentira tras otra han quedado en evidencia, mentiras a familiares, a la propia institución y a la sociedad, que espera que los llamados agentes del orden los proteja, en vez de sentirse atemoriza por sus acciones.
El caso de David viene a sumarse al de casi 2 mil dominicanos que han muerto a consecuencia de los desmanes de la policía en los últimos 16 años.
Pero esta vez, la gota rebozó la copa.
¿Cómo fue este joven del cuartel al cementerio, como se dieron los sangrientos hechos y en qué estado lo recibió el 9-1-1?
¿En qué estado recibieron al paciente? ¿Qué lesiones presentaba? ¿Estaba consciente, se comunicaba? ¿Qué ocurrió en el hospital a donde fue llevado?
Pero antes, el detonante del arresto de la víctima en Ágora Mall.
¿Cómo ocurrieron los golpes? ¿Quiénes los propinaron? ¿Qué rol jugaron los policías? Y ¿En qué testimonios se basa la investigación del Ministerio Público?
¿En qué estado recibió a la víctima el equipo del 9-1-1? ¿Cuál era el panorama en el cuartel? Y que ocurrió en el hospital?
¿Qué tipo de persona disfruta, se burla y graba una golpiza salvaje, sin intervenir, especialmente cuando está, supuestamente, entrenada para proteger a la ciudadanía y en capacidad total de impedir que se produzca semejante hecho?
¿Qué tipo de persona es tan cínica y despiadada que es capaz de mentirle a una familia, que desesperadamente busca a un ser querido luego de enterarse de su apresamiento?
Mentirle en por lo menos cinco ocasiones, prácticamente burlándose en su cara, diciéndole que su pariente estaba detenido cuando en realidad estaba hospitalizado, que estaba estable de salud cuando estaba moribundo, que sí tenía golpes no habían sido ellos porque en ese cuartel se respetaban los derechos humanos.
Hay que ser una persona deslamada, sin remordimiento, sanguinaria, sin madre, padre o hijos, porque no es capaz de ponerse en el lugar de la otra persona por un instante, solo para salvar su pellejo.
Pero no solo permitieron los hechos, sino que luego lo dejaron morir, mintiendo al equipo del 9-1-1, que si hubiese tenido conocimiento de lo ocurrido, pudieran haber trasladado a la víctima a un hospital traumatológico.
También le mintieron a los médicos del hospital Moscoso Puello, porque acompañaron al paciente y no se dignaron a decir que había sido brutalmente golpeado para que de inmediato tomaran las medidas urgentes, tal vez salvándole la vida.
No hay palabras para describir la indignación y la impotencia que siente esa familia, pero que ahora con todas las revelaciones, también siente la población al saber que tenemos miembros de la policía, que en vez de cumplir con proteger a los ciudadanos, activamente participaron por “supuesta omisión” de un brutal homicidio, una tortura, una barbarie, de un joven que no era un delincuente, que por situaciones de la vida, cayó preso y que los que estaban llamados a velar por su vida, en vez, dejaron que lo mataran.
Son tan culpables como los que dieron los golpes.
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